jueves, 13 de noviembre de 2008

Topografías

Círculos concéntricos y muy pequeños. Podrían espiralarse si no fuera por la limitación que presentan mis pies. Se van agrandando muy lentamente. Luego allí, en un punto, dejo de danzar adormecida alrededor de mi ombligo y me tiro por una línea curva, al mundo exterior. Muy tímidamente al principio, algo zigzagueante, sin aparente rumbo u objetivo, sin más que el deseo de la exploración. O tal vez, con el único fin de abandonar ese círculo monótono.
Y AHÍ ESTÁN! Se presentan imponentes, infinitas, sin develar el destino y por supuesto empinadas. Las escaleras. Frenéticamente subo y bajo, subo y bajo, subo y bajo. 3° escalón, 2°, 1°, 2°, 3° de nuevo, en repetición crítica. Agarrada de la baranda, con los pelos alborotados, la respiración agitada, las piernas entre cansadas e incontrolables. De ahí me mando al extremo izquierdo del espacio, recorriéndolo en líneas perfectamente rectas que sólo se permiten cambiar de dirección con un giro perfecto de 90°. El movimiento es siempre de avance, pero apoyado en una especie de marcha militar. Sin quiebres, sin puntos de ruptura, de fuga. Obstáculo. Extremo derecho del espacio. Saltos amplios, cuerpo abierto y desplegado. Recorrido caótico, con giros, vuelcos, curvas, saltos. Ningún punto pisado puedo unirse con el próximo sin generar un entramado. Podría percibirse disfrute aunque el rostro intenta estar neutro como en el resto del ejercicio. Entonces, paso del lado izquierdo al derecho, repitiendo sus respectivas formas. Un izquierdo estructurado, rígido, claro, despejado, apolíneo. Un derecho caótico, curvado, abierto, novedoso y lúdico.
Hasta que finalmente decido llegar al medio. Pivoteo con mis pies a través de una línea imaginaria que divide los dos extremos bien definidos. Al principio se registra un balanceo acelerado entre el occidente y el oriente para después aquietarse y derivar en líneas diagonales. Un zigzag que opera de guía, de riel conductor entre un lateral y al otro. Finalmente la caminata pareciera tender a un centro, pareciera apaciguarse. No es una calma estanca, no es una calma pasiva. Pareciera, por ahora sólo pareciera, ser un camino decidido, transitado, con la mirada hacia arriba. Como si fuera el puente, el cuerpo calloso entre esos dos hemisferio.
Así fue como le presté al piso y a la arquitectura de la sala de Humberto Primo y Jujuy, una síntesis grotesca de mi vida.

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