miércoles, 24 de noviembre de 2010

La décima sinfonía

A veces pasa. Es un tic, tac, tic, tac, o mejor ping pong ping pong. Aunque ese es el juego y no el sonido que emite. Para el caso nadie lee, así que, que me importa. El sincronismo cuasi pluscuamperfecto que se genera entre dos seres es de poca cotidianeidad. Normalmente son un par de tics o unos breves tacs, pero mayormente es sólo una secuencia de pum pum pum que no llega a la belleza de una obra mecánica de relojería suiza. He intentado forzarlo, pero por supuesto, fracasé con una contundencia desmedida. Son de esas pocas cosas en la vida que le escapan a la construcción. Dos almas que se comprenden desde lo más sutil y lo más pueril. Si alguien quisiera interponerse en esa fluidez, intervenir, hacerse eco, probablemente no podría acoplarse, y sólo sería un ruido interferente al tic tac o al ping pong. O inclusive haría que estos sonidos entraran en resonancia, perdiéndose este pobre en la amplitud creciente de aquellos otros.

Los he contado con las uñas y lunares de mis manos. Son especímenes de difícil avistaje y no porque uno no los detecte al vuelo, sólo que no sobrevuelan con frecuencia. Pero, en aquellos contabilizados respiros, estrictamente racionados para que no nos empalaguemos de magia más de la cuenta, esas sintonías ocurren. Calculo que son almas que se conocen de otros tiempos, con una familiaridad antigua, que hace inevitable el empalme. Un sinfín de entendimientos silenciosos.

Aaaaaaaaaaaa dichoso aquel, si acaso hay alguien, que logró disipar todo el ruido asíncrono, atiborrado de agudos y empobrecido de notas inadecuadas, para percibir el tic tac con un poco de ping pong, y por supuesto, mechado de unos cuantos pum pum pum.