lunes, 13 de septiembre de 2010


Últimamente me vengo topando mucho con Dionisio. No, no es una forma sutil de decir que estoy tomando vino hasta la inconciencia. Es literal. Vengo encontrándome con exposiciones o programas que casualmente lo mencionan.
Me pregunto si será una señal del destino para sumergirme en las pasiones del descontrol, la música, la bebida y el desenfreno. Es genial como uno necesita el permiso no? Yo me agarré de un par de encuentros casuales y con eso nomás me sentí invitada!
Pero algo que recupero de estos encuentros, al margen de una supuesta venia de la vida para lanzarme a las desmesuras propias de las pulsiones más básicas, es una frase que escuché de uno que disertaba sobre el mito dionisíaco y decía: “La tragedia nos dice: CONVIENE SER MESURADO, AUNQUE UNO SÓLO PUEDA DARSE CUENTA DE ESTO, DESPUÉS DE HABER COMETIDO EL EXCESO

domingo, 12 de septiembre de 2010

Violentirijilla yo?

He sumado un nuevo personaje a mis huestes: el Flanders vincular. Es el que te dice que con vos está todo bien, que le caés diviiiino, pero te tiene montada en un huevo; y si pudiera en los dos también. No sin justificación, por supuesto. Soy del tipo de personas que tengo poca dulzura para expresar desacuerdo. Es que si yo quiero verte revolcar en una montaña de excrementos preferentemente de un perro con flojera de vientre, por qué me tomaría el trabajo de hacerlo con delicadeza?

Está claro que mi actitud bien podría despertar en el objeto de mi maltrato, a un miserable Jack the Ripper. No lo descarto, ni lo condeno. Sin embargo, este no es el caso del personaje que inspira mi relato. Uno podría pensar que se trata de un hombre con diplomacia, temple, paciencia y algunos más osados, hablarían de falsedad. En este caso, yo lo diagnosticaría como un fóbico al rechazo.
Para este parsimonioso simulador de armonía y adulador de batracios, estas situaciones se tornan un dilema existencial. El se ha sentido violentado y te odia. Pero devolverte el favor del enojo se convierte en una elección peligrosa para sí. El ha preferido siempre las oraciones largas, la conciliación y tragar amargo y escupir dulce. Y ahí venís vos como tromba a desafiarle el yin y el yan. Te empotraría la cara en un mingitorio, te arrancaría uno a uno los folículos pilosos, se alimentaría de tus huellas dactilares aunque hubiera un banquete de caviar, y haría que tu dedo gordo se te atragantara en las orejas. Sin embargo, ahí está, diciéndote cómo a pesar de los "intercambios de palabras" que han sufrido en estos días, el disfruta de tu compañía y te lleva amablemente hasta tu casa. Perdón? No te harías un favor y me dislocarías el brazo?

Si alguien insiste en llamar a esto un comportamiento moderado, yo estoy usando la dirección Web de la RAE equivocada. El monstruo apaciguado con la careta de Flanders del que hablo, teme por su imagen. Teme que le cuente al mundo una verdad a voces. Teme que vocifere que quizás no todo el mundo lo quiera, que para alguno de nosotros pueda resultar un denso bufarreta digno de un aislamiento correctivo. Teme, como todos en este mundo, descubrir que puede no ser querido, aceptado, incluido, adulado, ponderado y finalmente ser descartado. Es entendible, todos sufrimos el rechazo. Sólo que algunos pagan un costo por evitarlo imposible de financiar en 3 cuotas sin interés.

Para mí mejor, todavía tengo todas mis extremidades y sus dedos en mi cara sólo podrían deberse a la tinta con que se manchó mientras escribía una notita que decía: ¡Que no se corte!

sábado, 11 de septiembre de 2010

Vouyerismo literario

Ayer disfruté de un cafecito en Starbucks leyendo mi novela. Elegir deliberadamente un lugar publico para leer es una costumbre que tomé hace poco al descubrir que es mi forma preferida de hacerlo. Al parecer a mí me gusta leer acompañada.
Definitivamente la lectura no requiere para nada la presencia de terceros, incluso puede entorpecerla. Sin embargo, para mí, estos anónimos circunstanciales enriquecen mi lectura de una manera inexplicable. Es como si ellos formaran sin querer parte del argumento.
Y lo hacen.
De a ratos levanto la mirada y contemplo la charla entre esos que están a la izquierda o doy vuelta la cabeza, y recaigo en el silencio de los otros dos acomodados cerca de la ventana. Puedo pasar largo rato estudiando su gestos, intuyendo sus mundos, el vínculo que los une, el futuro que les espera, un posible final. Para volver unos segundos más tardes al mundo que armó algún otro para mí…. ..Y así paso, de una historia a la otra, entretenida entre cuentos, cafeína y budincitos de banana.
Me encanta particularmente cuando algún fragmento me causa gracia. Reírme en frente de estos desconocidos que atestiguan mi complicidad con la historia y que ignoran, quizás, que se trate de aquel cuento que ellos mismos protagonizan para mí, torna toda la situación extrañamente estimulante.
Así puedo pasar mi tarde, con hojas que pierden sus bordes, páginas que se ensancha, parejas que reconcilio por un rato, asesinatos indescifrables, amigos que peleo, pistas que se entrecruzan… Un nuevo y simple ritual, con aroma de placer.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

A vos, tachame la doble...

Hace muchísimos años ella había fantaseado verlo en la estación Callao de la línea D, o para el caso la de Catedral. Pensándolo bien la 9 de julio también hubiera servido a su propósito. Eso sí, sin duda debía ser la línea D. No sólo era que ella frecuentaba esta línea, si no que, según su imaginario, los sujetos de su deseo transitaban la vida bajo esas mismas cuevas.
Cada vez que hacía el tunelcito que conectaba la D con la E, pasando el negocio de medias, pensaba que él podía atropellarla. Definitivamente debía ser un encuentro azaroso, por más incoherente que esto fuera: ella ya había diseñado todo de cabo a rabo con la exactitud que raramente deja librado el azar. Por supuesto se vería preciosa, y el atontado por verla, podría perderse la combinación con la línea A y decidir sin sentido, acompañarla hasta la José María Moreno.
Las fantasías son eso, pensaba ella, escenarios tan mágicos como irrealizables. Y aunque hacía esfuerzos por pensar en otra cosa cada vez que pagaba los 70 centavos de su viaje, imágenes de una perfección romántica que ni Migré hubiera producido, inundaban su cuerpo.
Hace poco, muchos años después, caminando por Rivadavia y Acoyte la sorprendió nuevamente la fantasía. Pero esta vez el actor de reparto era otro, el pelo era menos rubio que el anterior, pero el libreto, variando algunos puntos o puntos suspensivos, era un plagio de AQUEL, el del subte. Por supuesto que las locaciones fueron apropiadamente adaptadas, ya no estarían varios metros bajo tierra. Por otra parte, la historia que unía a estos dos nuevos amantes ya no era tan inocente, ni tan poco terrenal como la anterior. Tenía la dulzura y la intensidad de las historias que se concretan, al mismo tiempo que las asperezas que deja ese mismo realismo.
Nuevamente pensó que eso nunca ocurriría, porque cuanto más uno piensa en encontrarse con alguien, ese alguien se escabulle. Quizás éste, presintiendo la intensidad de ese encuentro, cambia de línea de subte y decide irrevocablemente vivir en Leandro N Alem, entre edificios de oficinas, sólo para eludir una ficción arrasadora. Perdón, esa era la otra fantasía.......
Entonces, al mismo tiempo que ella jugaba con los personajes y decidía si el saldría corriendo de algún restaurante donde se encontraría con su nueva amada, fingiendo haber visto un amigo de la infancia. O, simplemente la tropezaría. Ahí, en ese mismo momento LO VE!!! No, no, no. No a ÉSTE, si no a AQUEL. A ese amor inocente, a ese amor que le faltó historia, que ni siquiera llegó a armar asperezas que limar y que mucho menos alcanzó a empalagarse. A ese que nunca chocó en la estación Callao, ni que decir en la de Facultad de Medicina. A ese, de rizos rubios y ojitos pícaros que nunca perdió su frescura, aunque su documento seguramente facturara 10 años más. Sin duda el de ella lo hacía.
Ahí fue cuando entendió que el destino es perverso o que al menos disfruta desfasándose en el tiempo. O quizás las fantasías sean como el sonido de los truenos, se perciben como reales tiempo después de haber ocurrido el estruendo. Será que imagen y sonido en el mismo instante es demasiado perturbador para nuestras almas?. Debe ser que la vida, sabia pero poco romántica, prefiere mantenerlos separados en el eje del tiempo.
En todo caso, esa desprolijidad temporal aunque quizás protectora, es nauseabunda, injusta y cuanto menos, azarosa.