jueves, 9 de octubre de 2008

Extraño…….

Ya no te encuentro. Si hay algo de todo esto que duele es mirar y no identificarte.
¿Tu voz es la misma? Sí.
¿La emisión es igual? Sí.
Pero te miro, y se qué no estás ahí.
Supe de muchas culturas que se niegan a que les saquen fotos. Dicen que te roban el alma. Yo voy recorriendo algunas tuyas y es verdad, hay algo de ella ahí capturado. Un poquito ahí en la boca torcida y otro poquito en esa risa generosa.
Me pregunto si funcionará a la inversa. Si te tomara una foto en este momento, ¿podría robar la de ahora? Aunque no pudiera asegurar que recuperaras la que conocí, sería una esperanza.
La incertidumbre y la impotencia nos inundan a casi todos por igual. ¿En qué momento se escapó? ¿Cómo no nos dimos cuenta? ¿Habrá sido esto?, ¿o aquello? Pero si nos ponemos a pensar, siempre te conocimos nómade, de a saltos y volteretas. Es lógico que tu alma haya querido abandonar ese cuerpo. Para ella probablemente fuera una cárcel, unos barrotes oxidados que apuñalan. Yo la entiendo, te entiendo. Pero igualmente la extraño.
Miro otros cuerpos porque debe estar en otro lado. Tiene que estar en otro lado. En la escuela me enseñaron que la energía no se crea, ni se destruye, sólo se modifica. Y ahí es cuando nos asalta de nuevo el optimismo y creemos que quizás no fue tan lejos, que sólo juega a las escondidas. Síii, ¿ves? por momentos decís eso y pienso que cantaste piedra libre y apareciste de nuevo.
Pero no, esa mirada, esa mirada sigue siendo otra.

jueves, 2 de octubre de 2008

MONOLOGOS TEATRALES DE UN INFANTE ROZANDO LA TERCER DÉCADA

Nunca supe jugar a la rayuela, nunca entendí bien de qué se trataba. Se que hay que dibujar una cuadrícula en el piso, lanzar una piedrita y saltar hasta ese lugar. Yo, en vez de usar una piedrita, uso las bolitas de los gajos de mandarina y en vez de de lanzarlos con la mano, las escupo al tiempo que saboreo el gajo. Pero tengo ortodoncia, que a veces traban las bolitas de mandarina y me lastiman. Entonces Ernesto y Valeria se enojan porque retraso el juego. Yo les digo “estoy sangrando”. Claro, ellos no entienden lo doloroso que puede ser una bolita de mandarina trabada en los fierros de los aparatos. Siempre me insisten para que me los saque, pero mamá está cerca y puede enojarse. Mamá dice que los dientes son nuestra carta de presentación y parece que mi carta está un poco torcida.
Volviendo al juego, a mí me gusta armar la cuadrícula de la rayuela con las hojas de las flores que más me gustan. Ellos, cuando saltan, parecen flotar, ahí, sin peso. En cambio yo, al saltar, tuerzo las hojas de la cuadrícula, al igual que mis dientes. ¿Habrá ortodoncia para eso también?
Un día Ernesto se cayó jugando a la rayuela. Se tropezó con las bolitas de los gajos de mandarina (ahora entiendo porque usan piedritas, deben resbalar menos que las bolitas de los gajos). Nosotras nos reíamos sin parar mientras que el gritaba por mamá. Y mamá decía: “Pero estoy desnuda”. Nadie entiende qué hace mamá desnuda a ciertas horas del día, y menos Ernesto que aseguraba no levantarse del piso si no lo hacía ella. Eso arruina cualquier rayuela. Un chico tirado en el medio de una cuadrícula de flores definitivamente se sala de las reglas de la rayuela. Reglas que nunca voy a entender.
El rincón de la rayuela es especial. Más allá, el aroma es dulce, quizás por las hojas de las flores que más me gustan. Más acá, el olor es a polvo o a pólvora. Lo único que se, es que más allá me río. Más acá, me miro al espejo y me veo pálida aunque el sol lastime.