miércoles, 8 de septiembre de 2010

A vos, tachame la doble...

Hace muchísimos años ella había fantaseado verlo en la estación Callao de la línea D, o para el caso la de Catedral. Pensándolo bien la 9 de julio también hubiera servido a su propósito. Eso sí, sin duda debía ser la línea D. No sólo era que ella frecuentaba esta línea, si no que, según su imaginario, los sujetos de su deseo transitaban la vida bajo esas mismas cuevas.
Cada vez que hacía el tunelcito que conectaba la D con la E, pasando el negocio de medias, pensaba que él podía atropellarla. Definitivamente debía ser un encuentro azaroso, por más incoherente que esto fuera: ella ya había diseñado todo de cabo a rabo con la exactitud que raramente deja librado el azar. Por supuesto se vería preciosa, y el atontado por verla, podría perderse la combinación con la línea A y decidir sin sentido, acompañarla hasta la José María Moreno.
Las fantasías son eso, pensaba ella, escenarios tan mágicos como irrealizables. Y aunque hacía esfuerzos por pensar en otra cosa cada vez que pagaba los 70 centavos de su viaje, imágenes de una perfección romántica que ni Migré hubiera producido, inundaban su cuerpo.
Hace poco, muchos años después, caminando por Rivadavia y Acoyte la sorprendió nuevamente la fantasía. Pero esta vez el actor de reparto era otro, el pelo era menos rubio que el anterior, pero el libreto, variando algunos puntos o puntos suspensivos, era un plagio de AQUEL, el del subte. Por supuesto que las locaciones fueron apropiadamente adaptadas, ya no estarían varios metros bajo tierra. Por otra parte, la historia que unía a estos dos nuevos amantes ya no era tan inocente, ni tan poco terrenal como la anterior. Tenía la dulzura y la intensidad de las historias que se concretan, al mismo tiempo que las asperezas que deja ese mismo realismo.
Nuevamente pensó que eso nunca ocurriría, porque cuanto más uno piensa en encontrarse con alguien, ese alguien se escabulle. Quizás éste, presintiendo la intensidad de ese encuentro, cambia de línea de subte y decide irrevocablemente vivir en Leandro N Alem, entre edificios de oficinas, sólo para eludir una ficción arrasadora. Perdón, esa era la otra fantasía.......
Entonces, al mismo tiempo que ella jugaba con los personajes y decidía si el saldría corriendo de algún restaurante donde se encontraría con su nueva amada, fingiendo haber visto un amigo de la infancia. O, simplemente la tropezaría. Ahí, en ese mismo momento LO VE!!! No, no, no. No a ÉSTE, si no a AQUEL. A ese amor inocente, a ese amor que le faltó historia, que ni siquiera llegó a armar asperezas que limar y que mucho menos alcanzó a empalagarse. A ese que nunca chocó en la estación Callao, ni que decir en la de Facultad de Medicina. A ese, de rizos rubios y ojitos pícaros que nunca perdió su frescura, aunque su documento seguramente facturara 10 años más. Sin duda el de ella lo hacía.
Ahí fue cuando entendió que el destino es perverso o que al menos disfruta desfasándose en el tiempo. O quizás las fantasías sean como el sonido de los truenos, se perciben como reales tiempo después de haber ocurrido el estruendo. Será que imagen y sonido en el mismo instante es demasiado perturbador para nuestras almas?. Debe ser que la vida, sabia pero poco romántica, prefiere mantenerlos separados en el eje del tiempo.
En todo caso, esa desprolijidad temporal aunque quizás protectora, es nauseabunda, injusta y cuanto menos, azarosa.

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