No se si podré hacerle justicia a Bolivia, en realidad, más precisamente a La Paz. Había cumplido los requerimientos básicos que todo turista conoce antes de ir al Altiplano: vacuna contra la fiebre amarilla en el Malbrán, ropa relativamente abrigada aunque fuera verano, un par de medicamentos para la diarrea eterna, un protector solar con pantalla alta. También había sido prevenida sobre la importancia de tomar sólo agua embotellada, no comer lo que vendieran en la calle, caminar despacio para evitar el apunamiento y demás avisos que con seguridad no me prepararon contra el impacto que generó la Paz. A mí, es una ciudad que no siendo particularmente bella me gustó, me gustó bastante. La Paz no puede encuadrarse, definirse. Es una cosa y otra al mismo tiempo. Por la mañana podía agobiarme, y de noche no quería parar de caminarla. Hacía una cuadra, daba la vuelta en la esquina y el escenario era otro, distinto al anterior. Era difícil seguirle el ritmo. Su olor ineludible, el griterío constante de chicos invitando desde los colectivos a los distintos destinos, la carne abierta bajo el sol lista para venderse, la secuencia infinita de puestos, aimaras con celular, el “compra señorita, compra señorita” intermitente de las cholitas con sus amplias polleras coloridas, las miradas a veces resignadas, la aceptación de lo inaceptable, una sabiduría distinta, el salchipapa, y la esperanza de inclusión en manos de su Evo.
Por suerte, nada que las vacunas y precauciones pudieran evitar.
Por suerte, nada que las vacunas y precauciones pudieran evitar.
2 comentarios:
hola!!
comparto absolutamente tu impresión sobre La Paz.
a mi me encantó. me pareció distinta a todo.
Graciassss jade por entrar!!! Y ya que estamos quiero hacerte un pequeño agradecimiento porque fuiste la primera que me introdujo en el mundo blogero. Sí! El tuyo fue el primer blog que leí. Y fue como una especie de motor impulsor. Así que cuando me de cuenta cómo mierda agregar más vínculos, serás la próxima en mi lista.
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